jueves, diciembre 5

Escritores asiáticos: narrativa que rompe paradigmas

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Una particularidad empleada en la mayoría de escritores asiáticos del siglo XX (principalmente Asia Oriental y el Medio Oriente) según mis contadas lecturas en ese sentido, es el tributo que se le rinde a la contemplación.

Si bien es el mecanismo visual aparecido por primera vez en el Viejo Testamento, cuando el Creador siente satisfacción al observar todo lo que hizo en seis días (Al principio creó Dios los Cielos y la tierra. Y La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo Y el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz: y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena: y apartó Dios la luz de las tinieblas) desde esos tiempos tan remotos, ha sido muy evaluada y bien rediseñada como doctrina por pensadores griegos como Aristóteles, Sócrates y Platón, quienes, como maestros de una dialéctica basada en principios, divulgaron sus descubrimientos atómicos adoptando practicarla como un medio de experimentación de todo lo que constituye la tierra como planeta y sus manifestaciones, en las que se incluye: el sistema solar, la luna y el infinito número de  constelaciones de estrellas.

El dramaturgo y novelista chino Gao Xingjian.

Ciento de miles de años después, las generaciones del Oriente correspondientes a los países islámicos adoptaron,  por otro lado, según sus credos y formas de ver a su  Dios, (Alá) como único ser supremo, la contemplación y meditación, la segunda, una consecuencia de la primera, como forma de establecer sus costumbres, siempre y cuando actuaran guiados por un poder mayor, que ante el  mundo occidental podría parecer, aún en nuestros días, inexplicable su definición del libro sagrado, El Corán, y que para ellos es parte fundamental en cuanto a concebir sus  vidas, dentro de lo que entienden es el mundo interior ante lo externo.

Yukio Misichima

El resultado a todo esto se pone de manifiesto con un tipo de filosofía amparada con lo que podríamos llamar espiritualidad, abrazada, aunque en diferentes enfoques, por países como Inda, China y Japón con la finalidad de extraer la esencia de cuanto existe, la que materializan, desde nuestro punto de vista álmico, con estos tres enfoques: La vida,  que comprende al ser humano, las plantas y toda clasificación de animales, la sexualidad tomada, generalmente, como  vía de reproducción de las especies producto de una planificación cuantitativa, y la muerte, como el provisional final de una etapa material, que da paso a un renacer.

Indiscutiblemente, dentro de este esquema metafísico, no podemos desligar nuestra fascinación por el ortodoxismo budista, que recoge, en nuestro caso de análisis en cuanto a sus escritores, China y Japón, toda una gama de manuscritos sagrados que hablan del tema de la contemplación u observación, como signo elemental para la sabiduría. Hallamos tres extraordinarios embajadores: Yasunari Kawabata (Osaka, 14 de junio de 1899, muere en el 1972 por auto envenenamiento), Yukio Mishima   (nace el 14 de enero de 1925 en Tokio, el 25 de noviembre de 1970, fallece)  y el dramaturgo y novelista Gao Xingjian( nace el 4 de enero de 1940 en la República Popular de China, actualmente reside en Francia).

De los tres, dos de ellos ganaron el Nobel de Literatura, Yasunari Kawabata (1968) Gao Xingjian (2000) y uno fue nominado. Sin embargo, aislándonos de lo que podría representar para un escritor o artista de cualquier género el hecho de obtener un premio como este, entendiendo que existen geniales escritores que nunca alcanzaron, siquiera, una nominación, los mismos son portadores de una narrativa exquisita, de espacios emblemáticos, dueños absolutos de una inventiva que retrata a la perfección la realidad del ser humano y, la que casi nadie intuye en torno a su búsqueda  hacia la felicidad, su insatisfacción y la concepción de otras posibilidades de vidas después de la muerte.

 

 “Lo bello y lo triste”

Yasunari Kawabata

El autor de obras tan impresionantes como “El país de Nieve”, nos trae este drama, que deja al descubierto las interioridades más atroces a las que puede llegar el ser humano, dada su condición asociativa al odio y la venganza. Es una pieza llena de lirismo (nostalgias y añoranzas) en que Kawabata pone ante el ojo público la vida de Oki Toshio, un otoñal novelista de personalidad taimada y gran observador de su derredor, que toma el último día del año para desplazarse a Kioto donde, aparentemente, quiere escuchar las campanas que darán la bienvenida al Año Nuevo. Sin embargo, el viaje es una excusa para reunirse con su antigua amante, Ueno Otoko, que no ve desde hace veinte años,  a quien tomó como musa de sus escritos y que en el pasado abandonó a su suerte después que ésta perdiera un hijo suyo por negligencia médica a la edad de dieciséis años, dejándola, siendo casado, a su completa suerte con traumas que van desde la autodestrucción, hasta el cambio de patrones con los que concebirá su vida sexual en los tiempos de su adultez, convirtiéndose en una importante pintora con inclinaciones lésbicas.

Es una novela que había sido vista por la crítica local como escandalosa si nos situamos a la época contextual de su publicación. En el trayecto de la historia, adquiere intensidad Keiko, una muchacha de llamativos rasgos, desenfadada y segura de sí misma, discípula de Ueno Otoko, se convertirá en el vehículo vengador de su mentora, que desconoce su macabro plan, seduciendo al hijo de Oki, trayendo sufrimientos y posteriormente: la muerte, a través de su único hijo, a la apacible vida del inescrupuloso novelista.

Un punto interesante, que vale la pena resaltar, es el personaje de la muchacha, que dentro del marco subordinado en que los japoneses y chinos conciben la figura o el papel de la mujer en su sociedad , en esta novela sólo este personaje, Keiko, es la que tiene ideas abiertas ante el erotismo, o la desinhibición sexual con la absoluta desnudez, teorías feministas muy abiertas referentes a la igualdad de género, rompiendo con lo tradicional femenino dentro del sitial de la mujer asiática, que es en definitiva, el pensamiento visionario del autor, desligado a ese tipo de ataduras, demasiado vinculadas a una línea de sumisión.

“Lo bello y lo triste” fue escrita en 1965 y es una pieza singularmente emotiva de Yasunari Kawabata, quizá por ser su última creación, quien también recrea, con audaces descripciones, la vida y costumbres de lugares, gastronomía y fechas especiales de la capital nipoma.

 

 “El pabellón de oro”

Yukio Mishima

Para entender a este escritor habría que adentrarse de  manera respetuosa a la representación de estos cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego los que comprenden estos dos estados: líquido y sólido disueltos o diseminados en un narrativa que, dentro de su marco histórico social, nos ofrece la posibilidad de escudriñar distintos niveles de conciencia respecto al alma y cuerpo.

Japón, que nace con la adoración de sus templos, desde donde se alcanza el mayor nivel de pureza y, en consecuencia, desapego material, según la práctica zen, también es considerado uno de los países de mayor desarrollo tecnológico, lo que nos hace reflexionar sobre la compleja y estrecha distancia que existe entre su presente y pasado. En “El Pabellón de oro”, o dorado, Mishima trae a colación una novela narrada en primera persona, basada en hechos reales que se relacionan al incendio que el año de 1950 ocurre en kioto, donde se sitúa el imponente pabellón. Este templo, declarado por la Unesco patrimonio cultural de la humanidad, es incendiado por un monje budista, Hayashi Yoken, fascinado y perdidamente enamorado de la soberbia construcción, hecha en gran parte de oro.

Mishima arroja en esta novela una visión que, si bien respeta la verosimilitud de los hechos que ocurrieron en el incendio, después de la Segunda Guerra Mundial, también, manipula a su manera la versión del protagonista al detallar, el victimario, las penas que surcan su vida. No obstante, poco importa si el autor tergiversa un poco la historia real, el hecho es que su novela, “El pabellón de oro”, desde su inicio mantiene la atención del lector por aquel sentido de ingenuidad implicado en una prosa sumamente enternecedora y avasallante.

Su protagonista, Mizoguchi, un tartamudo que arrastra de su niñez problemas de inseguridad por su condición, se siente rechazado por la madre, una mujer descarada, que estando casada sostiene relaciones sexuales con otros hombres en presencia del hijo sin ninguna consideración. Mizoguchi, crece con estos oscuros recuerdos y crea una especie de escudo en cuanto a la figura de la mujer, y es por esto que, al verse rechazado por una joven que de adolescente le atrae, cree que en su vida no hay otra salida que hacerse abstemio al sexo.

Su padre, a quien ama profundamente, antes de morir logra conseguir internarlo en el templo que le fascinaba desde que era chico, motivado por las fantásticas historias que éste le contaba. Entonces, partiendo de su estadía en el pabellón, para él sagrado, se intensifica su admiración y celo por la belleza del lugar y comienza a entender que los turistas que lo visitan y los demás monjes del templo, no son más que unos profanadores ya que entiende, incurren en actos pecaminosos, teniendo la  idea de destruirlo con fuego, fuego porque asocia a este elemento con el oro que bordea a la construcción y en determinadas cuenta, conseguir la limpieza del pabellón y su liberación espiritual, la del monje. Es una novela alucinante, de dos realidades paralelas, cuyo templo se convierte en el personaje mayor.

 

“La montaña del alma”

Gao Xingjian

Escrita en 1990, lengua materna, “La montaña del alma” es una de las novelas que más se ha traducido para su venta mundial, colocando al autor en un lugar privilegiado dentro de la literatura tanto del siglo XX como del XXI.

Podría parecer extensa por su volumen, tiene unas 651 páginas, lo cual para nada es obstáculo a su acceso pues en cada capítulo mantiene al lector sujeto a un leguaje elegante y nutrido por asombrosas descripciones de los lugares por los que anda el personaje central. La clave de esta novela se inserta por el sentido de la casualidad de dos hombres que en un vagón de tren se entrecruzan, dando paso a una charla trivial, pero que dejará la curiosidad en el personaje central, que es el propio autor, o cualquiera de nosotros, para llegar a Lingshan, donde se halla la montaña del alma.

A partir de ese momento comienza el peregrinaje de su protagonista para hallar a la desconocida montaña. Solo por un asunto de señal del destino, se interna en los bosques más recónditos de las afueras de China, emprendiendo una búsqueda que pareciese no tener fin.

El hombre que solo es descrito como alguien que anda vestido de turista, llevando a cuesta una mochila, se va descubriendo según las historias que en el camino va encontrando. Xingjian, que se convierte en un maestro de la ambigüedad, nos ofrece una novela totalmente simbólica, rítmica, donde el hombre, en busca de su esencia, descubre que la mejor forma de estar bien con uno mismo es deshaciéndose de sus apegos.

Cuando por fin escala la cima de la montaña, en su absoluto estado de virginidad, se da cuenta que ha realizado la travesía para hallarse con el principio de todo, llámese: Dios.

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