jueves, diciembre 5

Un diezmo para Popper

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El filósofo austríaco Karl Popper. Nació el 28 de julio de 1902 y murió en el año 1994, Londres.

Como seres cósmicos, escudriñadores de una identidad absoluta, que no existe, simpatizamos con la posición de Karl Raimund Popper en su libro “La lógica de la investigación científica”, publicado en el año 1934, donde niega objetividad al conocimiento científico que se convierte, según credibilidades filosóficas, en un cuerpo que alberga razones defectuosas, atraídas por la ambigüedad. A su juicio, la metodología que crea distintos procedimientos para profundizar una investigación carece de consistencia si la ciencia permanece en un subterráneo condicionado por intereses particulares. Entiende Popper, y lo anteponemos en este breve análisis como algo repetitivo, que el conocimiento se disgrega en cada idea concebida de acuerdo a una lógica individual, donde la formación de teorías propias e impropias determinará lo que es cierto o falso.

Ahora bien, nos preguntamos hasta donde llegan nuestros niveles de verdad si todo dependiera, definitivamente, de lo que vemos y podemos palpar en nuestro mundo particular. Volviendo a Popper, entiende que ha vivido en la búsqueda constante de la libertad mental contradiciendo la efectividad del análisis científico, donde se codifica la racionalización. Dentro de su amplificada concepción del ser en lo que supone que el pasado hace el presente, aprehende el pensamiento metafísico de Kant, Aristóteles y Platón manteniendo la convicción de que la naturaleza es cambiable como el universo y la materia. La materia se descompone y regenera superando la lógica de toda metodología.

Portada del libro, publicado en 1934

En el libro “La lógica de la investigación científica”, el filósofo sostiene que la posteridad se define como un hecho relevante y que por ello la teoría sobre la gravedad expuesta por Newton no sobreviviría en las sociedades vanguardistas si no trae de contrabando la efectividad de un plan. Habría que ver, según nos aclara (página 58) cómo se manejó Newton para crear estrategias que lo inducirían a hallazgos que lo dotarían de eternidad histórica por favorecer a la ciencia con la credibilidad. Sin embargo, Popper cuestiona lo siguiente: ¿qué es el conocimiento si no es capaz de ostentar convencimiento? ¿Para qué sirve si no se asume con la simpleza o complejidad que muchos mortales otorgan a la febril necesidad de sentirse dueños absolutos de la razón?

Deduce que el convencimiento supone el todo y que ese convencimiento de la verdad también se viste de subjetividad acercándose más a esta conjetura: tanto la ciencia como el pensamiento son aspectos condicionales de la mente, propios de   que un determinado hombre sea amo y señor del pensamiento colectivo a través de la concepción de una idea bien planteada.

Karl Popper crea nuevas teorías sobre el pensamiento intelectual donde señala que todo investigador dependerá de cierta inteligencia innata, que depurará con las lecturas para luego albergar en el cerebro una compilación de información. Información que soportará su presente y pasado para llegar a una resolución del objeto que se observa. Subraya que el pensamiento intelectual es una de las principales rayas de poder de las que dispone la humanidad para apoderarse de una falsa verdad. Por lo mismo, vivimos bajo el engaño de lo experimentado, donde cada quien reviste de lógica sus enunciados asumiendo como razonable una mentira que es creída posteriormente.

En determinada cuenta, Popper opta por sumergirse en la genealogía de la existencia cósmica y está convencido de lo siguiente: La objetividad no existe.

Alude que toda acción regulada por un análisis metodológico es el resultado de una búsqueda parcial que, regularmente, responde a personales intereses.

Cree que el poder que otorga el conocimiento, si no es manejado con moderación, es un depredador que traga todo lo que no muestra complacencia. Y el discurso que proviene del liderazgo intelectual, supuesto de una adecuada planificación mental, de acuerdo con las exigencias de la popularidad, está sujeto, puntualiza, a lo deductivo.

Enfatiza que actuamos partiendo de una premura individual: somos o no somos poseedores del conocimiento por haberlo aceptado como válido y verídico en medio de una práctica de interrogantes, donde simulamos hallar respuestas a todo con el pretexto de contribuir a la ciencia en base a una experimentación. Respuestas que, como nos dijera el autor de “La lógica de la investigación científica”, ni él mismo obtuvo a lo largo de su obra inquisitiva. Y ante las revoluciones del mundo observable, la tierra gira sujeta a transformaciones geológicas, atmosféricas, conforme al inevitable trayecto del tiempo y el espacio circundante.

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