jueves, diciembre 5

El silencio expresivo en los espacios de Edward Hopper

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Un solo cuadro del pintor norteamericano Edward Hopper, basta para invitarnos a entrar a ese portal dimensional de la modernidad, que va más allá de su visión pictórica entrelazada a una cultura, donde, además de lo obviamente simple, existe una realidad contextualizada sobre la impresión de una época, que lleva como himno el orgullo patriótico a través del movimiento insonoro de su gente.

En Hopper, vislumbramos un tema costumbrista, si se quiere, de una inmediatez pragmática, un cuerpo y un desenlace narrativo del aislamiento y la soledad, que parece reencontrarse con nuestra actualidad época. El resultado: la unión de lo fantástico, romántico y existencial.

Es inquietante, pero, al mismo tiempo relajante descubrir, a través de las tonalidades que nos muestra, la materia arquitectónica en la escena de edificios, personas, lugares y objetos, pero, sobre todo, asume el logro de un artista: convierte la tinta en tiempo. Tiempo que trasciende geografías y que, a simple vista, no podemos ver, en cambio podemos sentir. Tiempo que se derrama perpetuo en la cotidianidad.

Quien conoce, a profundidad, las creaciones de Hopper, pues, no nos involucraremos en su técnica constructiva y diametralmente opuesta a la de Jackson Pollock, artista fundamental del Expresionismo abstracto, sentirá que alguien camina sobre sus lienzos. Esa acción pasiva de desplazamiento viene a nuestros ojos como un reflujo impactante, que va de menor a mayor grado óptico, penetrando, posteriormente, a otros sentidos.

Autorretrato de Edward Hopper

Sus protagonistas son seres independientes, respiran y, dentro de sus silencios tan acertados, nos hablan con ese mirar apático, perdido, queriendo que compartamos sus secretos y que seamos testigos de esa limpieza ambiental, de la sobriedad en toda su composición, que casi pudiésemos tocar. Sus calles, habitaciones, son tan protagonistas como los mismos personajes masculinos y femeninos, éstas últimas, a veces desnudas, otras, con elegantes ropas. Mujeres muy apasionadas, abstractas, puestas, su atención, a la nada que viene siendo un todo.  Al fin de cuenta es gente normal, que se sienta a contemplar, desde dentro de un rincón, el día, atardecer o noche. Gente que defeca, viaja en trenes, va a las cafeterías y lee los periódicos, quizás, buscand0 noticias sensacionalistas para hallar algún elemento picante que les retroalimente sus vacíos, omitiendo sus miserias. Sin embargo, dentro de esa normalidad dual en busca del yo integral, se encuentra sumergida la sensación de grito, de ruptura de patrones cambiables que trae el día a día y que son ellos, los personajes de Hopper, que con el silencio y lenguaje corporal nos lo cuentan de manera elocuente.

Bajo ninguna perspectiva podemos desdeñar la calidad humana en Edward Hopper y su aporte inmenso a un extraño expresionismo narrativo, propio de las décadas 40, 50 y 60.  Es más que un estilo territorial americanizado, que pudo conectar con el proletariado y ver sus frutos. Es como dije, anteriormente, una mezcla de lo fantástico con una realidad genérica un poco romántica con su ayer, que nace, vive y muere bajo la herencia sucesora de otros siglos.

Nota al margen: gráficas extraídas del libro Hopper de Rolf Gunter Renner.

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